¿Acompañamiento filosófico? ¿Terapia filosófica? ¿Consultoría? ¿Asesoramiento?
Denominamos nuestra tarea acompañamiento queriéndola diferenciar de otras nomenclaturas que, como asesoramiento o consultoría, pueden llevar a malentendidos. No es baladí que lo hagamos así, ya que la propia palabra nos permite deslindar y precisar la tarea que estamos desplegando.
Para nosotros, el filósofo más representativo y que, por otro lado, manifiesta más claramente la tarea que aquí estamos desplegando es, sin duda, Sócrates. Sin querer detallar el contenido de su enseñanza, sí queremos prestar atención a la forma en la que lo hace, puesto que van implícitas muchas de las consideraciones que este libro desarrolla.
Primeramente, la tarea o finalidad del filósofo. Ésta no es otra que ayudar a sacar a la luz, ayudar en el parto de la verdad (mayéutica). No se trata, por tanto, de enseñar verdad alguna a través de un púlpito, sino de facilitar a otros el reconocimiento de una verdad que ya habita en la interioridad de cada cual y que, por olvido o ignorancia, está velada. Esta tarea de ayuda se realiza colocándose el filósofo al lado de aquel que ejecuta el viaje, es decir, es preciso que éste se sitúe de tal manera que no conduzca al viajero a través de una senda trillada (que podría hacer intentando ayudarlo, aconsejando, exigiendo o prohibiendo), ni tampoco que, con sus propios prejuicios o cosmovisión (de ahí el imprescindible compromiso consigo mismo y el haber realizado con anterioridad un camino similar), entorpezca la direccionalidad de aquel al que está ayudando. Es necesario, por tanto, que el filósofo sea capaz de colocarse al lado, como acompañante, desde una actitud radical del no saber, enraizada en la actitud filosófica.
Seguidamente, la tonalidad del acompañamiento. El filósofo no se sitúa al lado de una manera aséptica, amistosa o paternal, sino que busca provocar el acontecimiento filosófico. Cual tábano, señala aquellas fracturas que permiten resquebrajar la coraza y la identidad apuntaladas en un ego o una idea de yo y, por ende, debe confrontar todas aquellas manifestaciones de estrategias de evitación que impiden al acompañado poder hacer el ejercicio de toma de conciencia o desvelo. La tarea no es fácil puesto que a la vez que confronta debe también saber hasta dónde poder llegar (para no ir demasiado aprisa o despacio) y tener muy clara la dimensión del cuidado que acompaña la actividad filosófica. También como tonalidad de la actividad que estamos desplegando se evidencia aquello que no se muestra de manera explícita en el ejercicio del acompañamiento y que, aunque implícito, condiciona e inspira el propio recorrido. Nos estamos refiriendo al conjunto de sensaciones que el acompañado recibe a través de la compañía del filósofo y que, aunque se expresa de manera sutil, influencia de una manera relevante tanto al propio recorrido como a la emergencia de la actitud. Es compartido por la experiencia de cada cual que, más allá de lo discursivo, es también importante la forma y la actitud de aquel que está realizando la tarea. La honestidad, humildad, pasión, cobijo, compromiso o cercanía, por poner algunos ejemplos, son elementos actitudinales que median en la relación filosófica, condicionándola, y que muestran el estar y la actitud del filósofo.
En resumen, el filósofo tiene por finalidad facilitar la toma de conciencia de aquella verdad que ya habita en la persona que decide realizar un camino filosófico y ello se concreta en ayudar a identificar, tomar conciencia y desvelar la actitud no filosófica con la que la persona acude.
Implícitas en estas consideraciones que despliegan brevemente la tarea del filósofo, están, por ejemplo, la elección de no encerrarse en la soledad a contemplar la verdad descubierta, sino que es preciso compartir y ayudar a otros a realizar un recorrido similar o, dicho en otras palabras, el compromiso social que moviliza la tarea y fin tanto del filosofar como del filósofo. Por otra parte, también, está la concepción de la propia actividad que, de nuevo, es concebida no tanto como una adquisición de conocimientos, sino como un ejercicio que busca tanto la manifestación de la actitud filosófica como, ligado a ello, la emergencia del ser filosófico o cuenco vacío que yace bajo el velo de la cotidianidad.