Todo proceso de ruptura del matrimonio o la pareja genera una serie de inquietudes y preocupaciones orientadas a desentrañar cómo será vivido este proceso por los mismos hijos. Estas preocupaciones vienen originadas por la voluntad de no herirlos y, a menudo, en situaciones que ya de por sí son dolorosas, estresantes y angustiantes por los mismos padres, se escoge levantar un muro de contención y silencio entre la misma pareja y el resto de la familia. Además, es posible que la pareja acarreé sentimientos de culpabilidad y fracaso que puedan hacer tambalear y cuestionar los propios roles tanto de pareja como de padre o madre.
Por estos motivos, resumidos, se puede evidenciar que la relación padre / madre - hijo sufre una serie de desplazamientos que hacen imposible mantener la relación tal como había sido hasta entonces. Por otra parte, aunque la voluntad de no herir al hijo sea clara, éste es sujeto de una serie de cambios (residencia, custodia, carencia del padre / madre a la residencia habitual, etc.) que seguro le afectan.
El proceso de ruptura (y hablamos de un proceso que dura un cierto tiempo) es vivido por el hijo como una fractura del orden familiar mantenido hasta el momento. Además, debemos tener en cuenta la enorme capacidad de los hijos de leer a través del lenguaje no-verbal, el cambio de hábitos o los silencios. A través de estas percepciones, pueden captar una serie de información, sentimientos o juicios que, sin el debido acompañamiento, deberán interpretar por sí solos. Finalmente, por la innata tendencia a la auto-referencialidad, el hijo integrará, como propias, las vivencias captadas en los padres, haciendo suyas las emociones de fracaso, rabia, resentimiento o dolor, viviéndolas con el mismo silencio que reflejan los padres y trasladándolas a otros ámbitos de su vida (escuela, amigos, juegos ...).
Debemos ser conscientes, por tanto, que todo proceso de ruptura afecta, de una manera u otra, la cotidianidad del hijo. Sin embargo, esta evidencia tampoco nos debe obligar a dar un paso atrás a la hora de tomar la decisión de optar por la separación. Hay que hacer presente que la relación de pareja dentro de una familia y su talante es, también, fuente de disgustos para el hijo.
A través de la maduración que permite cualquier proceso "conflictivo", debemos tomar conciencia de que las situaciones dolorosas, al igual que las placenteras, forman parte de todos los recorridos vitales. Siendo, ambas, partes de una misma moneda, estaríamos ahorrándole al hijo, con buena voluntad, pero ingenuamente, una parte de la vida con la que se topará a menudo. Por este motivo, pero también porque forma parte de la familia y la afecta, podemos acompañar a nuestro hijo en estos momentos, descubriéndole diferentes formas de sostenerlo y, al mismo tiempo, aprovecharlo como una forma de crecer emocionalmente, continuando, en momentos difíciles, el fin como padres de transmitir los valores, las cosmovisiones y las experiencias que, después, tendrá el hijo como equipaje existencial.
Por tanto, más que omitir y silenciar una evidencia que, tarde o temprano, palpará, hay que hacerle ver, según la edad y su talante, cuál es la situación real, matizando que informar a los hijos no significa convertir -los en confidentes, ni hacer de ellos una herramienta contra la otra parte. Esta necesaria comunicación debe tener como objetivo transmitir al hijo que, aunque la relación nuclear como pareja se rompe, la familia, como tal, sigue apoyando sus necesidades, que él no es el culpable y que los padres continúan amándolo.