Nuestra actitud es lo único que tenemos disponible.
Teniéndola a mano, generalmente, no le prestamos la atención que merece ni le damos la importancia filosófica que tiene.
A menudo, huimos de nosotras y de nuestro entorno. Nuestra vida es un reflejo de ello: una búsqueda constante y hacia fuera de nosotras para suplir un vacío y una insatisfacción latentes.
Esta huida está relacionada con la ausencia de un pensar radical, de un pensar filosófico. En realidad, es una huida originada por un olvido.
Vivimos alejadas de nosotras mismos aunque, paradójicamente, debemos vivir con nosotras.
Recuperar determinada actitud hacia nosotras y hacia nuestro mundo es recobrar también una vida filosófica. Todos/as estamos llamados a encaminarnos hacia ella.
La actitud es lo único que tenemos para habitarnos, para encontrar un remanso y una centralidad desde la que poder vivir desde un estar más profundo y cercano. Aquí encontraremos un hogar y una calidez que nos acompaña, da sentido y cuida.
Recuperar, reivindicar y, principalmente, encarnar el cuidado de una misma es volver a poner la mirada en nosotras para ocuparnos de lo verdaderamente importante: poder llevar una vida emancipada, vinculada, consciente, responsable y madura, individual y socialmente.
Cuidar de una misma es desfundar lo artificial, habitar en una misma y, paradójicamente, salir de una misma, del centramiento mental y autoreferencial en el que a menudo estamos centradas. Cuidar de una misma es, también, desligarnos de las demandas de un contexto que progresivamente va asfixiándonos.
Cuidar y pensar van de la mano y conforman una actitud, una manera de estar y de vincularnos en el mundo.
Cuidar el mundo es aprender a vivir desde una actitud reverente, reconociendo nuestro entorno como nuestro hogar. Un hogar compartido, vulnerable, bello, orgánico, solidario.